Difícilmente se puede exagerar el impacto de Juan Calvino en la Iglesia de Cristo desde la Reforma del siglo XVI hasta nuestros días. Como señala uno de sus biógrafos: “Calvino nació en el sitio adecuado y en el momento oportuno para dar de sí lo que podía dar. Era un hombre de reformas y nació y vivió en épocas de reformas… Un reformador en un siglo de reformas. Un reformador triunfante, puesto que su pensamiento y su acción han dejado una huella básica y profunda.” (1) Y Abraham Kuyper hace la siguiente observación en sus Exposiciones sobre el Calvinismo:
«No quiero quedarme detrás de nadie en mis alabanzas de la iniciativa heroica de Lutero. Fue en su corazón, más que en el corazón de Calvino, donde se peleó el conflicto amargo que llevó a la brecha histórica. Lutero puede ser interpretado sin Calvino, pero no Calvino sin Lutero. En gran medida, Calvino entró en la cosecha de lo que el héroe de Wittemberg había sembrado. Pero cuando se hace la pregunta: ¿Quién tuvo el entendimiento más claro del principio reformador, lo elaboró más completamente y lo aplicó de la manera más extensa? – entonces la historia señala al pensador de Ginebra y no al héroe de Wittemberg. Tanto Lutero como Calvino lucharon por una comunión directa con Dios; pero Lutero lo tomó del lado subjetivo, antropológico, y no del lado objetivo, cosmológico, como lo hizo Calvino. El punto de partida de Lutero fue el principio especial-soteriológico de la fe que justifica; mientras el principio mucho más extenso de Calvino estuvo en el principio general cosmológico de la soberanía de Dios. Como resultado natural de ello, Lutero también siguió considerando a la iglesia como el ‘maestro’ representativo y autoritativo que se interponía entre Dios y el creyente; mientras Calvino era el primero que buscaba la iglesia en los creyentes mismos. Hasta donde podía, Lutero seguía apoyándose en el punto de vista romano acerca de los sacramentos, y en el culto romano; mientras Calvino era el primero en dibujar la línea que se extiende inmediatamente de Dios al hombre, y del hombre a Dios. Además, en todos los países luteranos, la Reforma se originó desde los príncipes y no desde el pueblo, y por tanto pasó debajo del poder del magistrado, el cual asumió su posición oficial en la iglesia como su sumo obispo, y por tanto fue incapaz de cambiar la vida social o política de acuerdo con su principio. El luteranismo se restringió a sí mismo a un carácter exclusivamente eclesiástico y teológico, mientras el calvinismo puso su sello dentro y fuera de la iglesia sobre todo departamento de la vida humana. Por tanto, en ninguna parte se habla del luteranismo como el creador de una forma peculiar de vida; aún el nombre de ‘luteranismo’ se menciona casi nunca; mientras los estudiantes de historia reconocen con una unanimidad creciente al calvinismo como el creador de un mundo enteramente propio de vida humana». (2)
Sigue leyendo «Juan Calvino, Niñez y Juventud. Sugel Michelén»